martes, 30 de octubre de 2007

Una historia de amor con final de río

Dicen que dicen… que por allá, en el territorio de los incas, hace muchísimos años hubo un chico y una chica perdidamente enamorados el uno del otro, pero con tanto… tantísimo… viento en contra que si en aquella época hubiese existido la TV, hubieran protagonizado una telenovela.
Él era un muchacho apuesto, buen mozo, fuerte, noble y como si esto fuese poco, también era el príncipe de aquella tribu.
Como pasa casi siempre en estos casos de amores perdidos, desde que Milac Navira (que así se llamaba nuestro héroe) conoció a Panaholma, quedó boquiabierto y con mirada de perro que perdió el sulqui. Ella era una chica de pueblo, bellísima como ninguna, pero pobre como las lauchas.
Demás estaría contar que los padres de Milac Navira se opusieron terminantemente al noviazgo con aquella triste plebeya, no querían para su hijo una esposa de clase baja. Eran de los que decían que los pobres son pobres porque quieren… que no es por nada pero cada chancho a su rancho… y cosas por el estilo.
Pretendían para su hijo alguien importante: algo así como una diosa, por ejemplo, y si eso no podía ser… ¡bue!, se conformaban con una reina… ¡Qué se yo!... De última, una princesa… ¿pero menos? ¡qué va!
Por su parte, los padres de Panaholma eran de los que se jactaban de ser pobres pero honrados y para colmo de males se llevaban como la mona con los soldados del rey que venían todas las semanas a cobrar sus impuestos, cada vez más caros y menos justificados. Es de imaginar que prohibieron terminantemente a su niña tener cualquier tipo de tratos con ese joven de la realeza.
Ellos pretendían que Panaholma se casara con un tal Quilcas, un joven de su misma condición social que decía estar loco de amor por la bella niña, y que por lo menos no tenía nada que ver con personas mandonas y desagradables como el rey y su familia.
Los enamorados, como pasa siempre cuando el bichito del amor pica y saca roncha , hacían lo posible por desprenderse los abrojos de la vigilancia de sus padres e igual se veían a escondidas.
Así hasta que un día, empachados de los no de sus padres y sin poder calmar las cosquillas de ese amor que les plumereaba el estómago por dentro, decidieron huir juntos.
Casi con lo puesto los escondió la noche en su telón de romance y se fueron mientras la luna les guardaba el secreto. Pero una estrella envidiosa, no halló mejor manera de vengarse de los enamorados por no haberla elegido como madrina de bodas, que revelar la ruta seguida, nada más ni nada menos que a Quilcas, el enamorado dejado de plantón.
Quilcas, muerto de rabia y celos, los persiguió hasta el valle de Traslasierra, dende los novios habían decidido construir su nueva vida.
Allí Milac Navira y Panaholma se casaron.
El altar fue una vertiente de agua fresca.
Los padrinos: el Sol y la Luna.
El celeste colchón del cielo los apañó en su juego de amor y ellos se besaron como nunca, como siempre, conteniendo la risa para no hacer papelones justo en el momento culminante de la boda.
Se abrazaron, bailaron, comieron perdices… pero no fueron del todo felices, porque apenas comenzaron a sacarle punta al lápiz de la alegría, el perverso de Quilcas comenzó a hacer de las suyas.
Obligó a un cóndor decir a Milac Navira que por las montañas encontraría el mejor regalo del mundo para su novia; y a un picaflor para que convenciera a Panaholma que por los llanos hallaría las cabras más gordas y lecheras para prepararle un sabroso quesillo a su enamorado.
Engañados así, ella por un lado y Milac Navira por otro, Quilcas logró separarlos y luego, con trucos parecidos, se dio maña para convencer a cada cual que se pareja había muerto.
El joven príncipe, que estaba en las Sierras grandes, comenzó a llorar enloquecido de bronca, pensando por qué la había dejado sola, echándose un baldazo de culpas y mordiéndose los labios con tal desesperación que sus lágrimas de rabia se convirtieron en un río frío y turbulento.
Ella, en cambio, se hallaba en la Pampa de Achala al enterarse de la mentirosa muerte de su esposa, y fue allí donde una lluvia de llanto le quemó la sonrisa hasta formar un cordón de agua caliente como una herida.
A pesar de que sus tristezas corrían por las montañas hechas ríos de pena, en el fondo de sus corazones ellos no querían creer que era cierto lo que decía Quilcas.
Así que impulsados por una voz que se escapaba de las cosquillas de los recuerdos, caminaron como sonámbulos por las huellas que formaban sus ríos de lágrimas … -como en los finales felices de las telenovelas- él y ella se encontraron…

¿dónde?
en el lugar exacto en que las aguas
se unían,
ahí… justamente allí…

donde hoy en día se besan y arremolinan jugando a un amor prohibido los ríos Mina Clavero y Panaholma.


Graciela Bialet

jueves, 4 de octubre de 2007

El río de la vida

El Señor Dios afirma en el capítulo 48 del libro de Isaías:

Yo te marco el cauce por donde debes ir.

Si hubieras atendido a mis exigencias,

Tu camino habría sido como el de un río,

Tu éxito como el de la marejada.

Pero a veces es muy difícil aceptar las exigencias de las indicaciones del Señor Dios. Seguir un cauce, como un río, es renunciar continuamente a direcciones que uno había emprendido con entusiasmo entregando todo el caudal de sus aguas en cada recodo.

Las aguas, al encontrar un hueco que llenar, se volcaron con apasionamiento abandonando su curso por llenar el bajo. Y luego el mar siguió exigiendo desde su ausente presencia lejana la continuación de la marcha. Y hubo que abandonar esa dirección y seguir avanzando, empobrecido de cantos y enriquecido de recuerdos gredosos y a veces turbios.

Sólo lográs una renuncia fértil cuando has amado sencilla y totalmente aquello a lo que ahora se te pide renunciar. Dejar algo que no se ha amado, produce la triste frustración de haber estado perdiendo el tiempo inútilmente. Se tiene la sensación de que el camino seguido hasta allí ha sido una senda equivocada. Y con ello surge también la duda sobre la senda que se emprende: ¿no será también ella el inicio de una nueva equivocación?

Mientras que si la renuncia se nos exige respecto a lo que hemos amado profundamente y a lo que en este momento estamos dedicados en totalidad, entonces guardaremos la sensación de plenitud y la capacidad para dedicarla con entusiasmo a lo nuevo que nos toca asumir.

Sólo si el río ha volcado todo su caudal y su ímpetu en este tramo, al que ahora renuncia por ser fiel al mar que lo atrae fijándole el rumbo, podrá tener caudal e ímpetu para el tramo que inicia. Sólo el río que está muy exigido por el mar que es su meta, tiene la suficiente tensión para vivir con entusiasmo su momento actual. Nostalgias y anhelos, recuerdos y esperanzas le regalan la fuerza para seguir siendo río sin quedarse a dormir entre los juncales, reducido a ser laguna.

Mamerto Menapace.

Llueve sobre el campo verde...

Llueve sobre el campo verde…

¡Qué paz! El agua se abre

Y la hierba de noviembre

Es de pálidos diamantes.

Se apaga el sol; de la choza

De la huerta se ve el valle

Más verde, más oloroso,

Más idílico que antes.

Llueve; los álamos blancos

Se ennegrecen; los pinares

Se alejan, todo está gris

Melancólico y fragante.

Y en el ocaso doliente

Surgen vagas claridades

Malvas, rosas, amarillas,

De sedas y de cristales…

¡Oh la lluvia sobre el campo

Verde! ¡Qué paz! En el aire

Vienen aromas mojados

De violetas otoñales.

Juan Ramón Jiménez.

Mañana

De Federico García Lorca

7 de Agosto de 1918
(Fuente Vaqueros, Granada)

A Fernando Marchesi

Y la canción del agua
es una cosa eterna.

Es la savia entrañable
que madura los campos.
Es sangre de poetas
que dejaron sus almas
perderse en los senderos
de
la Naturaleza.

¡Qué armonías derrama
al brotar de la peña!
Se abandona a los hombres
con sus dulces cadencias.

La mañana está clara.
Los hogares humean,
y son los humos brazos
que levantan la niebla.

Escuchad los romances
del agua en las choperas.
¡Son pájaros sin alas
perdidos entre hierbas!

Los árboles que cantan
se tronchan y se secan.
Y se tornan llanuras
las montañas serenas.
Mas la canción del agua
es una cosa eterna.

Ella es luz hecha canto
de ilusiones románticas.
Ella es firme y suave,
llena de cielo y mansa.
Ella es niebla y es rosa
de 1a eterna mañana.
Miel de luna que fluye
de estrellas enterradas.
¿Qué es el santo bautismo,
sino Dios hecho agua
que nos unge las frentes
con su sangre de gracia?
Por algo Jesucristo
en ella confirmóse.

Por algo las estrellas
en sus ondas descansan.
Por algo madre Venus
en su seno engendróse,
que amor de amor tomamos
cuando bebemos agua.
Es el amor que corre
todo manso y divino,
es la vida del mundo,
la historia de su alma.

Ella lleva secretos
de las bocas humanas,
pues todos la besamos
y la sed nos apaga.
Es un arca de besos
de bocas ya cerradas,
es eterna cautiva,
del corazón hermana.

Cristo debió decirnos:
"Confesaos con el agua,
de todos los dolores,
de todas las infamias.
¿A quién mejor, hermanos,
entregar nuestras ansias
que a ella que sube al cielo
en envolturas blancas?"

No hay estado perfecto
como al tomar el agua,
nos volvemos más niños
y más buenos: y pasan
nuestras penas vestidas
con rosadas guirnaldas.
Y los ojos se pierden
en regiones doradas.

¡Oh fortuna divina
por ninguno ignorada!
Agua dulce en que tantos
sus espíritus lavan,
no hay nada comparable
con tus orillas santas
si una tristeza honda
nos ha dado sus alas.

Montañeses

La lluvia estalla en la montaña
está ya
lloviendo.
Y mientras, desde el desván,
yo viendo
que el bosque se desvanece.
Los árboles ceden sus ramas
al agua que se derrama
y cae de rama en rama.
Helada baja el agua, impetuosa llega
el hada de la montaña.

Adela Basch

Serenidad

Tenue lluvia... Lluvia suave y reciente...

A ritmo acompasado las plantas se mecen.

Fresca brisa llena el ambiente.

Paso a paso la luz se debilita y se aleja.

¡Todo es aquí tan limpio y fresco!

El mundo hoy parece mágico y resplandeciente.

Los campos brillan mojados y se ven florecientes.

Tiemblan, con soles de rocío, las hojas verdes.

Con pereza deslízase poco a poco, lentamente,

la última gota de lluvia del atardecer.

Al deslizarse brilla como una lágrima iridiscente...

El esplendor de la Naturaleza en el silencio es imponente.

Una emoción sublime me estremece...

Inexplicablemente, presiento algo inefable.

Grandiosa sensación de paz,

en todo lo que me rodea se siente.

Impregna al mundo una gran Paz.

Mi razón me dice y está consciente,

que en esta solemne sensación de Paz

la Grandeza y el Poder Divino están presentes...

Raquel Muñoz de Franco

miércoles, 3 de octubre de 2007

Las enseñanzas del Dios de la lluvia

Un día, hace muchos años, el elefante dijo al Dios de la Lluvia: - Debe usted estar muy satisfecho, porque se las arregló para cubrir toda la tierra de verde; ¿pero qué pasaría si arranco toda la hierba, todos los árboles y los arbustos? No quedará nada verde. ¿Qué haría usted en ese caso? El Dios de la Lluvia le contestó: - Si dejara de enviar la lluvia, no crecerían más plantas y no tendrías nada para comer. ¿Qué sucedería entonces? Pero el elefante quería desafiarlo y comenzó a arrancar todos los árboles, los arbustos y la hierba con su trompa, para destruir todo lo verde de la tierra. Así pues, el Dios de la Lluvia, ofendido, hizo que cesara la lluvia y los desiertos se extendieron por todas partes. El elefante se moría de sed; intentó cavar por donde pasaban los ríos, pero no pudo encontrar una gota de agua. Al final alabó al Dios de la Lluvia: - Señor, me he portado mal. Fui arrogante y me arrepiento. Por favor, olvídelo y deje que vuelva la lluvia. Pero el Dios de la Lluvia continuaba en silencio. Pasaban los días y cada día era más seco que el anterior. El elefante envió al gallo en su lugar para que alabara al Dios de la Lluvia. El gallo lo buscó por todas partes, al final lo encontró escondido en una nube. Le dijo quién era y lo alabó por la lluvia con tanta elocuencia que el Dios de la Lluvia decidió enviar un poco de lluvia. La lluvia cayó tal como el Dios de la Lluvia le había prometido al gallo y se formó un pequeño charco cerca de donde vivía el elefante. Ese día, el elefante fue al bosque a comer y dejó a la tortuga encargada de proteger el charco con estas palabras: - Tortuga, si alguien viene aquí a beber, les dirás que éste es mi charco personal y que nadie puede beber de aquí. Cuando el elefante se fue, muchos animales sedientos vinieron al charco, pero la tortuga no les dejó beber diciendo: - Este Agua pertenece a su majestad el elefante; no pueden beberla. Pero cuando llegó el león, no le impresionaron las palabras de la tortuga. La miró, le dijo que se fuera y bebió agua hasta calmar su sed. Se fue sin decir palabra. Cuando el elefante volvió quedaba muy poca agua en el charco. La tortuga intentó defenderse: - Señor, soy apenas un animalito y los otros animales no me respetan. Vino el león, y yo me aparté. ¿Qué podía hacer? Después de eso, todos los animales bebieron libremente. El elefante, furioso, levantó la pata sobre la tortuga con la intención de aplastarla. Afortunadamente, la tortuga es muy fuerte y pudo arreglárselas para sobrevivir. Pero desde entonces la tortuga tiene su parte inferior plana. De pronto todos los animales oyeron la voz del Dios de la Lluvia que les decía: - No hagan como el elefante. No desafíen a los más fuertes, no destruyan lo que puedan necesitar en el futuro, no pidan a los débiles que defiendan su propiedad y no castiguen al criado inocente. Pero, sobre todo, no sean arrogantes y no intenten apropiarse de todo; permitan que los necesitados compartan su fortuna.